Es una secuencia
habitual que tiene por origen común: la deficiencia en el conocimiento
elemental de los hábitos de nutrición y de la vigilancia del desarrollo; y como
destino final: la presencia de alteraciones metabólicas variadas y entre las frecuentes,
se encuentra la diabetes.
Estos trastornos
de la alimentación pueden ser factor inicial también para el desarrollo de la
hipertensión arterial, enfermedades pulmonares, infartos, embolias cerebrales o
pulmonares, deficiencia de respuesta inflamatoria en las infecciones,
alteraciones articulares, hepáticas, hormonales y cerebrales.
Se le conoce
como diabetes a la condición primordial que genera un incremento en la
frecuencia y volumen de orina eliminado. Pueden ser de dos tipos: la llamada
insípida (por no tener azúcar en la orina eliminada) cuya causa es por
enfermedades del riñón o por alteración de origen cerebral. La otra se llama
mellitus por eliminar azúcar en el contenido de la orina y siempre relacionada
con las alteraciones de la alimentación.
Las causas de la
diabetes mellitus pueden ser: por ausencia en la producción de la insulina a
causa de un daño a las células que lo producen (diabetes tipo I); o bien, por
disminuir la cantidad o eficiencia en la función de la insulina para controlar
el azúcar de la sangre (Diabetes tipo II).
Entre los
factores biológicos que influyen para el desarrollo de estas alteraciones, se
encuentra relacionado un gen que existe en la especie humana, que tiene millones
de años de mantenerse presente, por haberse originado en los tiempos remotos
donde el hombre tenía largos periodos en los que el consumo de sus alimentos no
eran regulares. La función del gen (llamado: ahorrador), permitía al individuo
gastar el menor número de calorías y almacenar las recién obtenidas en la forma
más apropiada (tejido graso) en su organismo, para poder sobrevivir.
En la medida que
la historia fue modificando los hábitos de alimentación y la disponibilidad de
los nutrientes, este gen queda limitado en su expresión, pero sigue
transmitiéndose en generaciones posteriores ya que se necesitan de forma
general, millones de años más para llegar a modificar la información genética.
El problema del
sobrepeso y obesidad, puede derivarse de situaciones diferentes:
Un niño puede
nacer en condiciones adecuadas de crecimiento y nutrición dentro del vientre
materno, pero la influencia del ambiente social y familiar, puede condicionar
que el tipo y cantidad de nutrientes que se ofrezcan durante los primeros años
de vida, sean excesivos y obliguen a su organismo a metabolizar de manera
forzada al exceso de azúcares en su circulación, condicionando que la
eficiencia de acción de la hormona (insulina) disminuya de forma paulatina en el
transcurso de los años.
Otros niños
pueden tener alteraciones durante su embarazo, que condicionan a la placenta no
poder ofrecer los nutrientes de forma eficiente, y bajo esta circunstancia, el
gen ahorrador empieza a activarse gastando poco y almacenando lo poco que se
ofrece, pero posterior al nacimiento, como los familiares lo notan pequeño y
delgado, empiezan a darle de comer en forma de compensación generando
modificación metabólica con formación excesiva de tejido graso e incremento de
peso excesivo.
Los niños que
nacen gorditos por condiciones de nutrición materna, o influencias familiares,
si no cuidan la cantidad de alimentos por ofrecer en los primeros años, se
facilita el exceso de peso y en este proceso, se sigue forzando a la hormona
(insulina) a funcionar de forma excesiva.
Cualquiera de
estas tres condiciones, exige que la insulina se desempeñe forzada en su
acción, y en la medida que actúa con intensidad y frecuencia mayores, va
generando en los tejidos donde actúa que vayan respondiendo en forma menos
eficiente, ante lo cual se habla ya del termino de resistencia a la insulina,
que involucra el hecho de tener niveles elevados de azúcar en la sangre que no
pueden incorporarse a los tejidos, porque las células ya no responden de forma
eficiente a la estimulación de insulina; y por otra parte, el exceso de azúcar
en la sangre, genera alteraciones secundarias en los tejidos y estimula a una
mayor producción de insulina.
La alteración
del funcionamiento anteriormente descrito, lleva a los niños de forma
invariable a desarrollar diabetes mellitus de tipo II en etapas tempranas de su
vida.
A partir de
estos conocimientos, es natural considerar que la prevención del desarrollo de
sobrepeso, obesidad y diabetes deberá de iniciarse desde el momento del
nacimiento del niño, para acudir a una supervisión muy responsable del
crecimiento y desarrollo normal, muy en especial durante los primeros seis años
de vida.
Los principios
básicos de la alimentación infantil tienen fundamentos de las formas y
funciones del sistema digestivo desde esas edades tempranas para considerar la
condición más adecuada de alimentar a los niños.
De inicio, es
muy común que al nacimiento de un niño siempre exista (en familiares y más en
la madre) la duda sobre la cantidad adecuada para alimentar al niño. La
recomendación rutinaria del médico de ofrecer a libre demanda (la cantidad o
tiempo, asociado con la frecuencia que tolere el niño) la alimentación, debe
estar limitada a los primeros 10 a 14 días de vida, por tener como objetivo la
estimulación a la producción láctea de la madre. En ocasiones muy especiales,
se da apoyo con una fórmula industrial que deberá ser transitoria máximo en los
primeros cinco días del nacimiento. El error habitual es seguir dando de comer atendiendo
la demanda por llanto del niño –no siempre lloran por hambre-, o complementando
con formula industrial el aporte de seno, o en otras ocasiones dejando la
alimentación exclusiva con biberones.
De forma ideal
se debe enseñar a las madres, a darle de tomar el seno mientras sientan ellas
que la succión es intensa, rítmica y constante, como manifestación de apetito
en el niño, para suspenderlo cuando perciban que se vuelve suave, irregular o
bien ocasional.
El mantenerlo en
succión constante hasta que se duerma o no quiera, condiciona que el niño
ingiera un volumen mayor al de su capacidad gástrica; y ya desde este momento,
la elasticidad del estómago empieza a modificar su volumen, que para edades
posteriores será de tamaño desproporcionado para su edad y al tener mayor
volumen, podrá generar mayor sensación de apetito o condicionar mayor ingesta
para establecer su saciedad.
La deformidad
progresiva de la cámara gástrica con incremento paulatino de volumen, permite
una ingesta mayor de nutrientes o calorías, y ante un gasto habitual -o menor
aun por sedentarismo de los niños- el exceso se empieza a acumular en forma de
grasas que se expresan con incremento de peso. De ahí que la vigilancia
estrecha del desarrollo durante los primeros seis años de vida, puede advertir
los riesgos futuros de sobrepeso y obesidad al perderse la relación del peso
sobre la estatura del niño. Habrá que tomar en cuenta que este exceso de
metabolismo puede ir generando la eficacia en la acción de la insulina y al
paso de los años, se podrá ir estableciendo la resistencia a su acción.
En edades
posteriores el error de alimentación continúa relacionado con la cantidad, ya
que no existe proporción entre la edad y peso del niño, con el volumen a
ofrecer. Se debería guardar la proporción comparativa con el adulto, por
ejemplo: si el niño tiene un peso normal que es la cuarta parte del peso de un
adulto normal, debería de comer solo la cuarta parte del volumen de alimento
que consume ese adulto.
Otros errores en
el desarrollo de estas alteraciones, incluyen: empleo de biberones y chupones,
comidas que se preparan por su sabor y no por tipos de nutrientes, horarios
inadecuados, tensiones emocionales, falta de ejercicios, publicidad y
disponibilidad de productos chatarras. La sugerencia es pedir orientación
nutricional adecuada y vigilancia del desarrollo desde etapas tempranas por
profesionales de la salud.