Es una sustancia
que se produce de forma natural en las hojas y las semillas de muchas plantas,
que también se puede fabricar de forma artificial y añadirse a algunos
alimentos. Estimula el sistema nervioso y, a dosis reducidas, hace que las
personas se sientan más alerta y con más energía. Es un estimulante que afecta
por igual a los niños y a los adultos, pero que en medida de las proporciones,
puede generar efectos perjudiciales cuanto más pequeño o menor desarrollo tenga
el ser humano. Así, su relación durante el embarazo y los primeros años de
vida, pueden generar alteraciones particulares.
Sus fuentes en
el consumo diario pueden ser muy variables, pero es en el café (semilla
desecada de la planta) que es donde se puede encontrar en cantidades más altas
y variables de una dieta habitual, dependiendo de la diferencia particular de
los granos, así como del tiempo y la forma de preparación, oscilando entre
20-115 mg por 100 ml de un café normal, mientras que el descafeinado contiene
entre 1.5-5 mg por 100 ml.
El té es el
segundo producto en contenido de cafeína, que de acuerdo a su método de
elaboración y tiempo de extracción, puede tener diferentes variantes (blanco, verde,
rojo, negro) con concentraciones que oscilan entre 20-73 mg por 100 ml.
En el chocolate
a partir de la semilla desecada y fermentada del cacao, su contenido de cafeína
oscila entre 5-20 mg por cada 100 gramos. Las plantas como la guaraná, el mate
y el yoco contienen cafeína en proporción variable de 2-4%
Los refrescos de
cola incluidos los etiquetados como dietéticos o ligeros, contienen entre 15 a
35 mg de cafeína por cada 180ml. Las bebidas energizantes es natural que tengan
un mayor contenido, además de combinar otras sustancias alcaloides.
En la población
adulta su consumo en forma preferente, se realiza en promedio con dos a tres
tazas de café al día (200-300mg), mientras los menores de 18 años tienen como
fuente principal los refrescos y chocolates. Se estima su consumo en el 89% de
las mujeres en edad reproductiva y se considera que durante las últimas cinco
décadas, el consumo de cafeína se ha incrementado a partir de las bebidas de
cola y las energéticas.
La cafeína tiene
efectos múltiples, pero entre los más importantes podemos señalar, que en el cerebro:
impiden la liberación de sustancias inhibitorias generando así su función
estimulante, que es dependiente de su cantidad ingerida, por lo que se
incrementa el estado de alerta, disminuye la sensación de fatiga y cansancio e
inhibe al sueño. Eleva la presión arterial, incrementa la frecuencia y fuerza
de contracción del corazón, aumenta los valores de colesterol, estimula la
secreción del ácido del estómago, incrementa la cantidad y frecuencia urinaria,
como alteraciones más importantes.
Durante el
embarazo la cafeína se comporta de forma especial, aunque con dificultad en la
mayoría de las ocasiones para señalar sus efectos directos, ya que su ingesta
se asocia al consumo de otras sustancias como el tabaco, el alcohol y otros
estupefacientes. Se le relaciona con muerte fetal y alteración al nacimiento.
La ingesta
durante el embarazo se ve relacionada con otros factores del estilo de vida; y
por otra parte, el curso de la gestación condiciona la presencia de náuseas o
aversión hacia el olor o sabor del café, que puede ser responsable de una
reducción en su ingesta, pero no lo impiden ya que la mayoría de las
embarazadas en algún momento toman café, refrescos de cola o preparados con
cafeína.
El consumo de la
cafeína en embarazadas, se relaciona con menor edad, menor nivel educacional y
de ingresos familiares, mayor número de horas trabajadas a la semana.
La cafeína en la
mujer embarazada tarda más tiempo en eliminarse en la medida que tenga más
tiempo de embarazo y puede tardar en eliminarse hasta por cien horas. Atraviesa
de forma libre la placenta quedando en concentraciones similares a los de la
madre, por lo que el producto tendrá concentraciones excesivas para su peso y
momento de desarrollo. La placenta no tiene capacidad de poder eliminar la
cafeína de la circulación fetal. Por no existir una barrera que impida el paso
al cerebro, se condiciona en forma crónica los mecanismos inhibitorios causando
estimulación persistente, que al paso del embarazo genera condición de
dependencia para su estabilidad.
La cafeína
presente en cantidades excesivas y por tiempos prolongados, en el organismo en
crecimiento y desarrollo, afecta a la producción de energía y favorece a
liberación de sustancias que disminuyen la circulación sanguínea, con falta de
oxigenación adecuada a los tejidos –mayor en asociación con tabaquismo,
alcoholismo y otras drogas- condicionando de esa forma variadas alteraciones,
que se manifiestan de acuerdo al momento del desarrollo que se cuente con la
presencia de esas sustancias dañinas.
Así como efectos
secundarios durante el embarazo, que se consideran relacionados al consumo de
cafeína, en asociación con el consumo de otras sustancias dañinas, incluyen:
malformaciones cardiacas, labio y paladar abierto, malformación anorectal,
leucemia, síndrome de Down, aborto, desnutrición y restricción del crecimiento,
prematurez, diabetes durante el embarazo, señalando que son dependientes de la
cantidad de cafeína ingerida; y en especial, asociado con otras sustancias
dañinas que se potencializan entre ellas, además de susceptibilidad personal.
Al momento del
nacimiento de un niño, que fue sometido al consumo habitual de cafeína por su
madre, con un consumo mayor de cuatro tazas por día, se pueden presentar
alteraciones específicas compatibles a la abstinencia de esta sustancia en su
circulación sanguínea. Las alteraciones se manifiestan posteriores a las
primeras 24 horas de nacido, con: incremento de la temperatura, temblores de extremidades,
llanto inconsolable y extremidades con tendencia a mantenerse endurecidas,
frecuencia respiratoria incrementada, vómitos, disminución de frecuencia
cardiaca y movimientos anormales, que pueden ser confundidos como equivalentes
convulsivos.
Este cuadro de
abstinencia no es frecuente encontrarlo, pero cuando se manifiesta es difícil
de considerarlo y puede ser motivo para el inicio de tratamientos fallidos, que
pueden complicar su evolución. Generalmente tiene tendencia a remitir en los
siguientes diez días, con tratamiento conservador y proporcionar lactancia
materna con reducción progresiva de la ingesta de cafeína, para deshabituar en
forma progresiva al bebé.
La cafeína no es
compatible con la lactancia y se recomienda que las madres eviten el consumo de
café, por arriba de dos tazas al día (200-250 mg cafeína). La cafeína se
detecta en la leche materna a los quince minutos de su ingesta por la madre,
con un pico máximo a la hora, con concentraciones del 1% de la concentración
materna, que mientras sean menores de 5 mg/dl en el bebé, se puede considerar
sin efectos significativos para el niño. En cambio con cantidad equivalente a
6mg/dl ya se podrán encontrar en estos lactantes datos de irritabilidad y
alteraciones del sueño. Sin la sospecha de esta toxicidad, es muy posible que
se confunda el cuadro con cólicos o infecciones diversas, ameritando manejos
equivocados.
En etapas de
preescolar y escolares, la cafeína puede predisponer a los niños al desarrollo
de alteraciones del ritmo cardíaco (taquicardias), afectar el comportamiento
por desarrollar irritabilidad, ansiedad y alteraciones del sueño, además de
favorecer eventos convulsivos. Puede afectar la calcificación ósea
predisponiendo a las fracturas, deficiencia en el control miccional, irritación
gástrica con ardores y reflujo.
Durante la etapa
de adolescencia, el consumo de sustancias energizantes que hacen combinación de
diferentes alcaloides, tienen capacidad de condicionar efecto de dependencia ya
que para producir los efectos deseables se deberán de superar las dosis
previas, con afectación a neurotransmisores y manifestaciones de abstinencia,
cuando se pretende suspenderse de forma súbita… Considere lo que consume usted
y sus hijos.
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